miércoles, 17 de noviembre de 2010

Aire



Demasiados choques contra una pared formada por sueños que se habían vuelto pesadillas a cada golpe. Demasiadas desilusiones y lágrimas derramadas que cada día hacían más daño.
Pero llegó el día en que, por fin, se sintió serena. Sus ojos ya no estaban aguados, se había secado por dentro pero, aún así, sentía paz. Se refugió en lo único en lo que podía refugiarse, su mejor amiga. Rozó las cuerdas con la pequeña púa, su favorita, la azul. Cerró los ojos. Le hubiera encantado detener el tiempo en ese momento, quedarse así para siempre, diecisiete años, su guitarra y ella.

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