miércoles, 17 de noviembre de 2010

No quería escribir. A cada rato reprimía ese impulso de saltar sobre la hoja de papel y soltar todas las cosas que llevaba dentro de la mejor manera que sabía. Pero no quería recordar, y sabía que lo acabaría haciendo y, como no, que todos y cada uno de sus recuerdos llegarían hasta la misma persona.
Lo ocultó casi como si no hubiera existido, a pesar de que sabía de sobra que todo lo vivido había sido completamente real. Se encerró en sí misma e intentó olvidar al mundo pero, sobre todo, olvidar todos y cada uno de los momentos a su lado, por muy perfectos que fueran.
Casi parecía que lo lograba, estaba olvidando. Eso pensaba cada día pero, al caer la noche descubría una almohada mojada, llena de sus propias lágrimas que había derramado por su ausencia. Esa ausencia que aún la quemaba por dentro y le hacía daño.
No fue fácil pero al final lo consiguió. Acabó por convertirle en un eco de su pasado que aparecía de vez en cuando en su presente sólo porque ella lo permitía. Un juego. Porque si ella no quería llorar no lo iba a hacer, y si no quería pensar en él tampoco lo haría.
La llamaban ingenua pero no les creía. Prefería engañarse pensando que lo había olvidado o, más bien, que lo había moldeado a su desastroso presente y encajado de cualquier forma antes que admitir que, a pesar del tiempo, seguía pensando en él de la misma manera que entonces. 

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