jueves, 25 de agosto de 2011

Recuérdame

La llamaba su cajita de recuerdos. Siempre escondida bajo su cama, esta pequeña caja de madera contenía muchos más recuerdos de los que hasta, a veces, ella misma lograba recordar.
Era martes. Uno de esos martes fríos en los que las gotas de lluvia no dejaban de hacer su particular melodía al deslizarse por el cristal de la ventana de su habitación. Las espesas nubes grises cubrían el cielo de la ciudad, y ella las observaba detenidamente.
Sin saber siquiera por qué, tras mucho tiempo sin hacerlo, le apeteció deslizarse por el suelo de su habitación, estirar el brazo y alcanzar esa pequeña cajita de madera que se encontraba, entre motas de polvo, bajo su cama.
A veces, a muchos nos da miedo recordar. A ella muy a menudo también, pero ese martes... ese martes era un día diferente.
Apartó la fina capa de polvo que cubría la tapa de su pequeño gran tesoro y contempló el interior. Todo estaba tal y como ella misma lo había dejado. A pesar del tiempo que había pasado, aún recordaba aquello que colocó ahí la última vez. Ese sobre de azúcar que había acompañado a aquel café con chocolate en esa terraza tan bonita del centro junto a... El simple hecho de evocar su imagen hizo que un escalofrío la recorriera por completo. Habían pasado demasiados años desde que Él había tenido que marchar rumbo a otro país desconocido, pero aún el recuerdo de lo vivido durante aquel tiempo permanecía en ella de una manera imborrable. Los momentos se acumularon alrededor de toda la habitación y, a pesar de la inmensa nostalgia que producía cada uno de ellos, le gustaba. Le gustaba comprobar gracias a esa clase de detalles que todo aquello que vivió a su lado fue real. 
Dejó el sobre de azúcar y el resto de recuerdos dentro de la cajita, la cerró y deseó que, la próxima vez que la abriera, fuera para depositar nuevos objetos que la harían viajar a diferentes momentos. Se deslizó tal y como había hecho minutos atrás por el suelo y colocó la caja justo en el lugar que estaba, bajo la cama. Pero, esta vez, se percató de algo. Había un sobre justo detrás de su pequeño tesoro, un sobre color crema que también estaba cubierto por una película de polvo. Lo cogió, sopló delicadamente su superficie y se sentó en la cama. Lo abrió y, al instante, reconoció esa caligrafía. 

Querida V: 
Si estás leyendo esto supongo que ya estaré muy lejos. Estas palabras no significan una despedida, ya que espero reencontrarme contigo algún día, pero, como ya sabes, todo lo que no digo a través de mis labios se me da mejor decirlo bolígrafo en mano. Y ahora que se que ya no estoy a tu lado cada día como hasta hace poco quiero que sepas todas y cada una de esas pequeñas cosas que nunca te dije.
Cada segundo a tu lado es perfecto, tanto para mi como para todos los que te rodean habitualmente. Con esas locuras tan tuyas haces que cada instante contigo se convierta en un recuerdo digno de guardar en esa cajita que siempre tienes a mano. Eres especial, V, y quiero que aprendas a comprenderlo. 
Que me encanta pasarme horas observándote dormir; que tienes exactamente ciento veinte pecas en las mejillas, cada cual más bonita que la anterior; que adoro cómo te recoges el pelo dejando algunos pequeños rizos sueltos sobre la cara; que me encanta cómo tus mejillas se sonrojan cuando te susurro al oído que te quiero, y que no te puedes imaginar la sinceridad de mis palabras cuando lo hago.
Se que esto es algo muy duro para los dos, pero quiero que seas fuerte. Tenemos que pensar que la distancia, en nuestro caso, no creará olvido. Siempre que me necesites, vuelve a leer esto. Estoy en cada una de estas palabras, para ti. Y recuérdame, tanto a mi como a todos nuestros momentos, porque fueron reales, V, te lo aseguro. 
Porque se que, esté donde esté, te estoy echando de menos. Te quiero como siempre hice y como siempre haré.
             Hasta la próxima, pequeña.
                                        M.

Las lágrimas saladas le recorrían las mejillas. Nunca dejaba de sorprenderla. Colocó la carta en el interior de la caja de los recuerdos, convirtiéndola en uno más y deseando volver a colocar ahí momentos suyos, juntos.
Le esperaría. Sin duda, lo haría.

jueves, 11 de agosto de 2011

A veces, te das cuenta de que nunca hay suficientes abrazos

Y, de repente, llega un día en el que ocurre algo que te hace abrir los ojos. Uno de esos días en los que aprecias cuánto de real es aquello que vivimos.
Como si nada, abres bien los ojos y te das cuenta de muchas cosas. De que los problemas del día a día son realmente insignificantes, de que el amor que verdaderamente importa y el que debemos tener miedo de perder es el de la familia y los buenos amigos, y de que cada instante, por pequeño que pareza, cuenta. Y vemos de cerca la razón que tenía aquel que dijo que hay que vivir cada día como si fuera el ultimo, porque las cosas cambian mucho, y muy rápido.
Hay personas que, en los momentos menos esperados, te enseñan esta clase de cosas. Que lo que jamás hay que perder además de la esperanza es la fuerza. Y lo que debemos dejar de lado es el miedo. Es bonito ver cómo alguien se enfrenta a los problemas con una gran sonrisa por delante.
Porque llega esa clase de días en los que aprendes que basta ya de tonterías. Que lo importante no es entrar en una buena carrera, saber qué ponerme hoy o los meses de vacaciones.
Aquí, lo verdaderamente importante, son las personas.