Y volví. No me preguntes por qué pero volví al lugar donde nos conocimos. Ese lugar que no pisaba desde el día que te marchaste, y el mismo en el que viví momentos increíbles, todos contigo.
Me senté donde siempre, con la esperanza de que allí quedara un poquito más de ti. Se trataba de recopilar pedacitos de ti para llenarme un poco más a mi.
En ese momento vi a alguien pasar. Eras tú, no me lo podía creer. ¿Qué hacías allí? Y, peor aún, ¿qué hacía yo allí? No quería que me vieras, por lo que traté de disimular. Aún así, me viste, como siempre.
Sabía que no te acercarías, había pasado demasiado tiempo, pero está claro que, desde aquel día, nada volvió a ser lo mismo. El fuego se convirtió en hielo, y nuestros caminos, que habían terminado formando uno solo, se separaron más que nunca, convirtiéndose en dos rectas totalmente paralelas, aunque, todavía, tu creabas unos cuantos baches en el mío.
Te sentaste en el césped, tú solo con tus pensamientos, de los cuales yo ya no era partícipe. Yo me dediqué a mirarte, a asegurarme de que tus rasgos no habían cambiado, de que esos ojos seguían siendo igual de profundos y de que esas mejillas continuaban sonrosadas. De vez en cuando, levantabas la vista y mirabas hacia donde estaba, mientras yo, torpemente, intentaba hacer como si leyera un poco.
Las horas pasaron volando. No me cansaba de estar así, de ver que estabas bien aunque no me lo contaras, de comprobar que, aparentemente, seguías siendo el mismo, a pesar de que no pudiera darme cuenta por mí misma. Te levantaste del césped y me miraste. Esta vez, yo no te evité. Me sonreíste y te fuiste por donde habías venido, mientras yo veía cómo te alejabas de nuevo.
“Te voy a echar de menos”- pensé. Y, de hecho, pareciste oír mis pensamientos porque, entonces, diste media vuelta y me miraste. No me preguntes por qué, pero en ese momento supe que ese era nuestro particular adiós, que se había acabado. Tú debiste pensar lo mismo, porque te despediste con la mano y me enseñaste esa sonrisa, la de siempre, en la que te salían ese par de hoyitos tan especiales. Una como las miles en las que yo me había sumergido y de las que nunca quise salir. Pero, esta vez, simplemente cogí esa sonrisa y la guardé en lo más profundo de mis recuerdos.