domingo, 25 de diciembre de 2011

Son recuerdos que no se evaporan

No sé si es porque el frío de ahí fuera ha empezado a calarme mucho aquí dentro, o porque el eco de unas calles sin besos ha llegado a mis oídos. No estoy segura de que sea el sonido de las gotas corriendo por la ventana de mi habitación lo que me hace parar y pensar en todas aquellas palabras que, aún con el tiempo que ha pasado, recuerdo perfectamente.
Pero es que llegó la Navidad. Sí, un año más. Y tal vez sea precisamente por eso, porque ésta es una época en la que a todos nos da por echar de menos. Un diciembre más en el que continúo dejando pasar el frío a través de la ventana, y sigo soportando todas las sensaciones que me provoca, sintiéndome demasiado pequeña aquí dentro, frente a una ciudad por la que ya no paseamos de la mano. 
Es que no sé si es por mi, o porque, irremediablemente, hay situaciones que acaban por superarte, y ésta ha podido conmigo.
Dime una cosa, ¿qué fue de todo aquello?. Dónde quedaron los besos, los abrazos, las carcajadas... Dónde quedó, incluso, aquel par de palabras. Esas estúpidas ocho letras que aún no sé por qué, pero ambos llegamos a pronunciar. 
Y es que, no sé si será, simplemente, que fuimos tú y yo, y que nuestras historias no estaban preparadas para cuajar del todo. Que por mucho que yo evitara que nuestras vidas no llegaran a ser nunca paralelas, al final, acabaron por serlo. ¿Y qué hago yo con todo esto que tengo y que, a la vez, no tengo? Todas las sensaciones que vivimos siguen aquí, a flor de piel. Todas las palabras que pronunciaste junto a mi oído no dejan de repetirse un solo instante. 
Y es que, dime, ¿qué hago con los recuerdos que hacen daño? 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Miradas que aparecen, sentimientos que afloran

Evitaba que sus dedos se deslizaran sobre el teclado de su ordenador y que sus manos torpes se toparan con una hoja en blanco y un bolígrafo. Rehuía cualquier posibilidad de derramar sus sentimientos sobre hojas de papel, porque sabía lo que ello conllevaba. Y es que, sólo con tener la intención de hacerlo, su dedo corazón ya se disponía a rozar aquella letra por la que empezaba su nombre, mientras el índice ya trataba de continuarlo. Porque sus manos jugaban con sentimientos que el propio corazón se ocupaba de evitar.
Y ni siquiera tenía claro el por qué de toda esta historia. Por qué alguien así se había convertido en el responsable de todas y cada una de sus sensaciones. No sabía que, hasta las estrellas más fugaces, dejan su rastro y, aunque él pasó por su vida de una manera fugaz, la huella que dejó tras su partida permanecería.
Y no bastaban las mentiras, con él no. No era suficiente confiar en que la huella que dejó en su vida se había desvanecido. Porque una mirada vale más que mil palabras y, en su caso, una mirada bastó para que el castillo de naipes se cayera y las verdades salieran a la luz. Sólo con cruzar su mirada con ese par de ojos verdosos supo que, realmente, había aprendido a engañarse a sí misma bastante bien. Los sentimientos parecieron salir a través de sus poros, y las lágrimas que tanto tiempo llevaban sin aparecer, se formaron de nuevo, deslizándose por sus mejillas como si el tiempo no hubiese pasado por su corazón.


Era él. Aún sin haberlo elegido, era él.