miércoles, 19 de octubre de 2011

Y, en pleno Otoño, pareció Primavera

Aquel era un día cualquiera, de esos en los que, al despertar, la luna le dio los buenos días al otro lado de la ventana. Un día en el que se puso en pie con la pereza de cada mañana, cogió sus cosas y salió de casa con la misma cara de dormida de siempre. Se trataba de uno de esos días tan comunes en los que, de repente, se rompe toda la monotonía. Porque se dio cuenta de que algo había cambiado, y para eso bastó muy poco.
Supongo que existen esa clase de días, en los que abres bien los ojos y observas cómo pudiste superar obstáculos. Días en los que te das cuenta de que los recuerdos, a veces, tienen fecha de caducidad y, aunque nunca pensó que pasaría, se alegró de que, al menos, esa clase de recuerdos, la tuvieran.
Y esa mañana, simplemente, pasó. Los cambios generan a su vez más cambios, y ese aire con aroma diferente la bombardeó sin preguntar siquiera. Mientras andaba por esa calle, mientras pisaba esas aceras que pisaba cada mañana, comenzó a comprender que, después de la tormenta, sale el sol; y, aunque no aparezca de repente y mucho menos rápido, esa mañana se dio cuenta de que algunos pequeños rayos ya empezaban a acariciar sus mejillas.


Son días en los que te das cuenta de que, con una sonrisa, sólo con una sonrisa así, es suficiente.