Supongo que la cercanía de un 2 seguido de un 3 en las páginas del calendario hacen que se me ponga la piel de gallina, y mucho más cuando es uno de los primeros días del Otoño.
Y es que, a veces, pasa. Hay días en los que, sin saber por qué, sin tener un motivo aparente, necesito tenerte cerca. No es necesario dar marcha atrás en el tiempo. Simplemente, necesito que estés por aquí, tal y como estabas en aquellos meses. Contarte mil y una cosas, hablarte de todo lo que ha pasado, de todo lo que te has perdido. Decirte que soy feliz, que cumplí aquel sueño por el que tú me dijiste que luchara y que las ganas de gritarlo a los cuatro vientos sólo para que me escuches no desaparecen un instante.
Que se acabó todo, que no te quiero, pero eres importante. Tanto como fuiste y tanto como serás siempre, a pesar de que la distancia haya hecho mella en nosotros dos.
Que espero que no exista un solo instante en el que no aparezca una sonrisa en tu cara, y que aún mantengo la esperanza de que la pantalla de mi móvil comience a parpadear, mostrándome esa serie de números que aún recuerdo perfectamente.
Porque hay días, días como hoy en los que el número 23 no deja de darme vueltas. En los que desearía que ese día nunca hubiera existido, y en los que no dejo de pensar que ojalá me echaras tanto de menos como yo a ti.
Encuéntrame de nuevo, estoy donde siempre.
Nunca me he movido.