domingo, 28 de noviembre de 2010

Le di la espalda, no podía verlo así. Tragué saliva y, con un nudo en el estómago, di el primer paso hacia mi futuro. Fue entonces cuando él, desde ese perfecto pasado me cogió de la mano.
- Tengo que irme, lo sabes.
- Por favor, quédate conmigo.
No pude soportarlo, tuve que mirarlo. Volver a mi pasado una vez más después de todo lo que me había costado decirle adiós. Me besó.
- ¿Es un beso de despedida?
- No si tu no quieres.
- Sabes que no puedo quedarme.
- Está bien. Al menos, deja que te dé algo - sacó un cofre de madera de una bolsa - es para que guardes todos tus recuerdos y que, cuando vuelvas, pueda compartirlos contigo.
Esta vez no pude tragarme las lágrimas. Le abracé lo más fuerte que pude. Hasta en los peores momentos, él nunca dejaba de sorprenderme.
- ¿Esto quiere decir que me esperarás?
- Todo el tiempo que sea.

Frío, viento.
Se sienta en el sofá. No hay luz. Enciende una vela y la coloca en la mesilla. Coge el libro y lo abre por la página marcada.
"En la oscuridad de mi habitación me dio el beso más dulce que me han dado nunca"
No puede más que sonreír. Qué casualidad. Cierra los ojos y, por unos segundos, deja que su imaginación escape de la razón. Le imagina entrando sigilosamente en la habitación, sentándose a su lado y, mientras se acerca con cuidado, le aparta un mechón de pelo de la cara. Luego, un beso. Uno muy dulce.
Abre los ojos. 
"Es bonito soñar despierta de vez en cuando"- murmura. 

miércoles, 24 de noviembre de 2010

...y todo aquello que ella evitaba, esas miles de horribles sensaciones que la recorrían por dentro. Todo eso reapareció en el momento más inesperado.
Bastó solo una mirada, una mirada que ya creía olvidada desde hacía mucho tiempo. Luego, una sonrisa, de esas con las que siempre soñaba, pero a las que siempre lograba enterrar en el pozo de su propio olvido.
El cruel destino colocó todo eso ante sus ojos. Ella sólo quiso salir corriendo, traspasar aquellas estúpidas cuatro paredes y, simplemente, no ser nadie. Gritar hasta quedarse sin voz y llorar todo lo posible, sólo para saber con total certeza que ya no volvería a hacerlo, que ya había olvidado. 
Quiso ser capaz de todo aquello, de no desvanecerse en esa absurda sonrisa y poder ser fuerte frente a una mirada que debía resultarle casi común. Pero no pudo, aquello la superaba completamente. Él la superaba completamente cada vez que aparecía.

martes, 23 de noviembre de 2010

Páginas en blanco

Estaba ante uno de sus momentos favoritos del día, cuando se sentaba frente a la página en blanco de ese libro que lo contaba todo y, simplemente, escribía. Palabra tras palabra contaba cosas sin importancia, de su vida, de la de los demás... pero fuera lo que fuera siempre terminaba con una sonrisa. Le encantaba aquello. Desde escribir una frase con un poco de sentido que la hiciera sentir bien hasta un texto extensísimo del que tal vez no sacara nada en claro pero con el que se sentía ella misma.
Las páginas en blanco de aquel libro mudo se habían vuelto sus mejores amigas pero, ahora, no tenía nada que contar. ¿Tal era la monotonía de sus días? No había nada nuevo, ni siquiera algo interesante que mencionar a aquellas amigas en blanco. A no ser, claro, que les hablara de Platón o acerca de la Restauración, pero temía aburrirlas. 
Así, que las miró. Las miró bien. Cogió el bolígrafo, puso la fecha y, simplemente, dibujó una cara sonriente.
Y es que, a pocas palabras... mejor sonrisas. 

domingo, 21 de noviembre de 2010

Las cosas cambian, pero permanecen los recuerdos que, tal vez, sean los que hagan más daño.



sábado, 20 de noviembre de 2010

Tiempo

- Tú puedes luchar contra todo, no lo olvides.

Años más tarde estoy aquí sentada y tengo que decirte que, desgraciadamente, hay algo contra lo que no puedo luchar, ni yo ni nadie.
Puedo parar las agujas de un reloj. Puedo hacer que vayan en sentido contrario, pero eso no cambiará nada. Tuve que decirte adiós a ti y, al final, acabaré diciéndoselo a muchas personas más. Tendré que ver cómo cambian las cosas, y nadie podrá hacer nada al respecto. Porque, aunque le quite las pilas a ese reloj, los días seguirán pasando y las cosas continuarán su curso.
No hay otra opción que quedarme quieta observando. Eso sí, no dudo que aprovecharé cada uno de los movimientos de ese par de manecillas, pues a cada uno de ellos algo cambia, y siempre quedará algo nuevo que querré descubrir. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Lo que necesito escuchar

Ven y dime que las cosas no cambiaron, que somos los tú y yo de antes. 
Repíteme hasta llegar a creerlo que no te esfumaste de mi vida, que estás aquí a mi lado y que puedo abrazarte siempre que me sienta sola.
Dime que me recordarás en diez años. Que siempre tendré tu cálida sonrisa para refugiarme del mundo.
Háblame justo ahora para decirme que me has echado de menos, que necesitas hablar conmigo, porque sabes de sobra que iré corriendo a dondequiera que estés solo para escucharte.
Dime también que no fue culpa mía, que el destino fue así de cruel con los dos y que no tengo por qué pensar cada noche qué error cometí.

Miénteme. Pero hazlo ahora. Es justo cuando necesito oírlo de tus labios. 

jueves, 18 de noviembre de 2010

Hola y adiós

Una calle atestada de gente y, de repente, choqué con alguien. Me agaché para recoger la carpeta que se había caído y devolvérsela a su dueño. Levanté la cabeza con mi mejor cara de disculpa. Ella me sonrió y se fue. Me quedé prácticamente paralizada en medio de aquella concurrida calle. No podía creerlo, eras tú.
¿Tanto tiempo había pasado para que no me reconocieras? A mí me parece que fue ayer cuando éramos aquel par de inseparables. Ahora, en cambio, no sé nada de ti. ¿Dónde está la mejor amiga con la que pasaba tardes de eternas risas?
Fueron algunos errores por nuestra parte, por eso comenzamos a distanciarnos. Pero es que dicen que todos cometemos errores, y que de ellos se aprende. Yo lo único que sé es que nosotras no resistimos todo aquello.
Constantemente me pregunto si debí hacer algo más por no dejar de ser aquel par de chicas que soñaban junto a su mejor amiga. Hice todo lo que pude, de veras, pero todo aquello me superó, y no tuve otra opción que rendirme ante la idea de perdernos para siempre.
Me encantaría que todo aquello no hubiera pasado. Que a nuestros miles de planes se le fueran sumando otros tantos con los años. Pero no pude, ni puedo, luchar contra todo, llámame cobarde si quieres.
Creo que ni a ti ni a mí se nos pasó por la cabeza un final como éste. Un final de completas extrañas. Y es que, ¿sabes? Nunca pensé que pudiera llegar a no conocerte. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

- ¿Sabes qué? tengo un plan.
+ ¿Qué plan?
- Voy a sentarme en el suelo, y no pienso moverme de ahí.
+ ¿Y eso por qué?
- Pues porque siempre acabo en el suelo. O me caigo yo misma o me tiran. Si me siento en él se, al menos, que no caeré mas.
+ Es una locura.
- Tal vez, pero pienso intentarlo.

Aire



Demasiados choques contra una pared formada por sueños que se habían vuelto pesadillas a cada golpe. Demasiadas desilusiones y lágrimas derramadas que cada día hacían más daño.
Pero llegó el día en que, por fin, se sintió serena. Sus ojos ya no estaban aguados, se había secado por dentro pero, aún así, sentía paz. Se refugió en lo único en lo que podía refugiarse, su mejor amiga. Rozó las cuerdas con la pequeña púa, su favorita, la azul. Cerró los ojos. Le hubiera encantado detener el tiempo en ese momento, quedarse así para siempre, diecisiete años, su guitarra y ella.
No quería escribir. A cada rato reprimía ese impulso de saltar sobre la hoja de papel y soltar todas las cosas que llevaba dentro de la mejor manera que sabía. Pero no quería recordar, y sabía que lo acabaría haciendo y, como no, que todos y cada uno de sus recuerdos llegarían hasta la misma persona.
Lo ocultó casi como si no hubiera existido, a pesar de que sabía de sobra que todo lo vivido había sido completamente real. Se encerró en sí misma e intentó olvidar al mundo pero, sobre todo, olvidar todos y cada uno de los momentos a su lado, por muy perfectos que fueran.
Casi parecía que lo lograba, estaba olvidando. Eso pensaba cada día pero, al caer la noche descubría una almohada mojada, llena de sus propias lágrimas que había derramado por su ausencia. Esa ausencia que aún la quemaba por dentro y le hacía daño.
No fue fácil pero al final lo consiguió. Acabó por convertirle en un eco de su pasado que aparecía de vez en cuando en su presente sólo porque ella lo permitía. Un juego. Porque si ella no quería llorar no lo iba a hacer, y si no quería pensar en él tampoco lo haría.
La llamaban ingenua pero no les creía. Prefería engañarse pensando que lo había olvidado o, más bien, que lo había moldeado a su desastroso presente y encajado de cualquier forma antes que admitir que, a pesar del tiempo, seguía pensando en él de la misma manera que entonces. 

martes, 16 de noviembre de 2010

No te despidas
Prefiero que te quedes y que me duela a que te vayas y no pueda soportarlo
No luches por causas perdidas, sólo conseguirás perderte con ellas”
Las sabias palabras de su madre se repetían constantemente en su cabeza. Ahora más que nunca debía hacer aquello que le decía cada día cuando era niña. Tenía que dejar de luchar por algo que ya no tenía ni pies ni cabeza, y no debía hacerlo por nadie más, sino por ella misma.
Pero no podía. Se despertaba cada día junto a aquella estúpida fuerza que no dejaba de decirle que luchara por tener de nuevo todo lo que el tiempo y la distancia le habían arrebatado. Y ella, tan ingenua como la primera vez que escuchó aquella frase de los labios de su madre, tenía esa esperanza de conseguirlo, de no sólo poder luchar contra el tiempo, sino de ganar la batalla.
Luchaba día sí y día también. No sabía que lo que el tiempo te quita nadie te lo devuelve. Y todo lo que ella añoraba debía de formar parte de sus recuerdos. 

lunes, 15 de noviembre de 2010

Seis :)

  • ¿Un vasito de agua, señor?
Abrió el grifo, cogió la tapa del gel de ducha y la llenó hasta arriba con agua fría.
  • ¿Y usted, señora, un té? Por supuesto.
Giró la llave hacia el color rojo y dejó que el agua caliente llenara otra tapa, esta vez, del bote de laca de su madre. Luego, un poco de champú de melocotón.
  • Un té al melocotón para la señora- sonrió colocándolo junto a la esponja.
Pero, en ese momento, desde la cocina, le llegó la voz de su madre , lo cual hizo que cada centímetro de ese bar diera paso a un lugar completamente cotidiano para ella, su baño. Los platos se convirtieron en los pececitos de goma que colocaba su madre para no resbalar, la nevera en el armario de los champús y el queso en la esponja de su hermana. La señora del té y el hombre con el vaso de agua desaparecieron. Se encontró de pronto dentro de esa bañera de las mil y una aventuras, en un agua ya fría y con la piel tan arrugada como una pasa. Le encantaba ver sus dedos arrugados, ¡eran tan graciosos!
  • ¡Señorita! ¡Sal de ahí ya si no quieres que vaya a sacarte yo!
  • Ya voy, mamá
Salió del agua, se secó con la toalla y se puso el pijama.
En ese momento abrió los ojos. El agua tibia caía delicadamente sobre su piel, y volvió al mundo real. Ya no habían peces de goma, un armario con champús o una esponja amarilla. Ya no había, ni siquiera, una bañera con agua fría, ni una madre que gritara desde la cocina. Quedaban ya tan lejos todas esas cosas... pero siempre era bonito regresar a los seis años.
Se miró los dedos y sonrió con añoranza. Estaban arrugados, y eso le encantó.
  • Hay cosas que no cambian- murmuró.

Hasta pronto

Añoraba sus ojos profundos, su sonrisa sincera y sus cartas con una letra ilegible, excepto para ella. Echaba de menos los brazos que la sostenían y le servían de abrigo en las noches de invierno. Necesitaba que le diera otra vez esos besos suaves y que le susurrara aquellas palabras que tanto le gustaba oír. Incluso, echaba de menos las peleas, sobre todo, porque las reconciliaciones siempre eran lo mejor. Necesitaba muchas cosas y no tenía ninguna.
Hasta que llegaba la noche. Lentamente, se acurrucaba entre las sábanas, abrazaba esa fría almohada y, mientras lágrimas saladas resbalaban por sus mejillas, cerraba los ojos sabiendo que cuando el sueño se dignara a aparecer al fin, él iría a su encuentro. Viviría de nuevo cada instante a su lado y, al menos por unas horas que a ella le parecían segundos, no le echaría de menos.
Pero despertaba, y odiaba hacerlo. Abría los ojos en esa cama en la que sólo veía su ausencia, la ausencia de todo lo que él era y de todo lo que ella necesitaba.
Hasta que llegó el día en que no pudo más. Veía vacío en cada esquina y eso era insoportable. Así que no lo dudó, corrió y corrió hasta el lugar en el que podía estar más cerca de él.
Se asomó al acantilado. Ahora, sólo el mar los separaba. Respiró el aire fresco y, esta vez despierta, recordó cada instante a su lado.
En la isla vecina, él, sentado al borde de un acantilado, hacía lo mismo. Y ella lo sabía.
Sonrieron. Se verían pronto. No se echarían más de menos.